Portada, febrero 1981 |
El fútbol viene a ser una vida en pequeña escala
Eduardo Sacheri
Poco queda del fútbol en papel. Después de 99 años, la revista argentina El Gráfico renunció a su edición impresa. Ya no más pasión y emoción en papel. En sus páginas se queda gran parte de la historia de este país: Maradona, mundiales, dictadura... Una de las historias más agradables, que vendió más de 900.000 ejemplares, fue el segundo Mundial. Pero hoy, esas ediciones, que viajaron por todo el continente, son solo memoria de felicidad y tristeza. Las revistas, aunque arrugadas y maltrechas, hoy son tesoro que se guarda junto a los tickets del estadio.
Para Valdano "el fútbol sin palabras es poca cosas"; cuenta que admiraba la revista por sus fotografías y calidad literaria. "El abrazo del alma", "La hora más gloriosa del fútbol argentino", "El más grande y brillante esperando el triunfo de Argentina", "Gracias pibes", "Héroes igual", son los titulares más legendarios que hoy reposan en esta memoria de sentimientos.
Lo que hacía especial al Gráfico eran sus plumas porque provocaban esa ansiedad de repetir el partido, o daban pólvora para imaginarlo. Eduardo Sacheri, el cuenta cuentos por excelencia, lograba ese mix de fútbol y literatura que tanto seduce, y que incluso llegó al cine. Dejó su columna en 2015. Pero dejó relatos como "Los malditos", "Queridos Reyes Magos", "361 noches" dedicados a los que creen que el balón tiene altas posibilidades con la escritura. Aquí les dejo el inicio de mi cuento favorito porque ¿quién puede describir lo que se siente perder?:
Perdiste
Ocho letras que te sitúan en la vida con la feroz
economía de lo verdadero. Perdiste. No te tocó a vos pisar el césped, ni lucir
esa camiseta que tanto querés, ni saltar a cabecear en ningún tiro de esquina.
Pero perdiste.
Y es posible que esta mañana haya resultado una mañana de sol y aire
templado, una mañana de ocio y de seres queridos, una de esas mañanas que los
publicistas sueñan para sus propagandas de café y de yogur descremado. Peor
todavía, si esta mañana es una de esas mañanas. Si en cambio hubiese amanecido
gris, con viento, con bruma, con agua, tendrías la posibilidad de encontrar
alguna mentira meteorológica detrás de la cual protegerte. Pero dudo de que sea
una mañana lluviosa. No tengo una razón científica ni la menor idea del porqué,
pero casi siempre, cuando perdiste, el día siguiente parece una postal, una
maldita postal del buen tiempo y de la dicha de vivir.
Y entonces no tendrás más remedio que sentirte ingrato, loco o estúpido.
O mejor, vas a sentirte las tres cosas al mismo tiempo. Y vas a tener razón.
Por eso no vas a permanecer callado. Cuando te pregunten, si es que alguien te
pregunta –porque también puede ocurrir que, con semejante mañana, con semejante
sol, con semejante asado por venir, a nadie se le ocurra detenerse lo
suficiente en tu cara de “estoy pero no estoy, quiero pero no quiero”–, vas a
decir que no, que nada, que cómo se te ocurre. Que estás bien, que simplemente
estás con sueño, que no dormiste bien… Eso, será que no dormiste bien y estás
con sueño.
Bueno, pensándolo bien, puede ser que sea verdad eso de que estás con
sueño. Puede que hayas demorado un montón en dormirte. Que hayas dado mil
vueltas en la cama buscando una posición en la cual relajarte y dejarte ir. Que
te hayas quedado quieto, al final, para no despertar a tu mujer o de puro
aburrido. O que te hayas despertado en algún momento de la noche. Eso pasa,
también, cuando perdiste. Que te hayas levantado al baño con la idea de volver
enseguida a dormir. Que hayas dado los diez, los quince pasos subrepticios
hasta el baño a oscuras, a tientas, con los ojos cerrados para no espantar al
sueño. Pero sucedió. En algún momento sucedió. De ida o de vuelta se te cruzó
una imagen cualquiera. No hace falta que haya sido el gol de ellos. No.
Cualquier otro mínimo vestigio de la noche del partido. Con eso alcanza. Puede
ser la camiseta gastada que tenía puesta el tipo que tenías parado a la
izquierda y que te hizo pensar que vos no, que vos no te pondrías esa camiseta
con el nombre de ese jugador debajo del número. O un cartel publicitario que
viste por la ventanilla del colectivo, a la vuelta. Un cartel de telefonía
celular, era. O de un candidato a gobernador. No estás seguro. Pero vienen el
cartel o la camiseta y se quedan con vos. Vuelven a la cama con vos. Con vos y
con la derrota. Porque mañana, y pasado, y pasado pasado mañana, se te van a
cruzar esas imágenes que son caóticas y son cambiantes pero que te llevan todas
al mismito lugar: a que perdiste.
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