Zizou ajbar. Merci Monsieur. |
Había pasado poco más de un mes de la llegada de Zizou al banquillo, en reemplazo de Rafa Benítez, cuando el equipo sellaba el primer paso a Milán. Zizou ajbar, como lo llaman en La Castellane, su barrio natal en Marsella, llegó con una promesa concreta: devolverle al equipo el "fútbol bonito".
De la volea de Glasgow a la Tridécima en Kiev. Zidane se quedará por siempre en la historia del Madrid como el director técnico novato que consiguió tres Champions consecutivas. El que supo seguir al pie de la letra las palabras Di Stéfano: "Las finales no se juegan se ganan". El que nunca perdió la calma ni siquiera cuando se vio fuera de Liga y Copa en noviembre. El que se curó con la Champions todas las heridas. Ese "fútbol bonito" se podrá traducir en cifras, récords, en una vitrina envidiable e insuperable, o si quieren, en las chilenas en Turín y Kiev y en las jugadas de Isco y Benzema. Todas dignas de enmarcar.
Zidane fue tranquilidad y diversidad. Además de los no fichajes, de los cambios tardíos, algo que critiqué del "Míster" eran sus repetitivas muestras de quietud en las ruedas de prensa. "Contento, contento", "No me voy a volver loco", decía. A pesar de haberse sentado en la silla eléctrica que significa ser técnico del Madrid, nunca perdió los estribos y cumplió su promesa. Su mayor mérito es haber convertido el vestuario en una fiesta, como lo indica la escena de Roma. Ir despertando a los más jóvenes y tenerlos bajo la manga como cartas maestras, veloces y certeras. Atribuirle a cada jugador el protagonismo que merecía. Se va sin cuentas pendientes porque los grandes también saben cuál es el mejor momento para decir adiós.
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