Desde esa tarde de
julio de 1950, cuando el Maracaná se convirtió en el velorio más grande del
mundo, cosas raras pasan allí. Cosas como que un balón se detenga en el aire y
no cruce la línea de meta o que un árbitro sienta que le arrancan el silbato de
la boca, antes de pitar un penal en contra de Brasil. Los uruguayos juran que
ese lugar está encantado. La leyenda del fantasma del Maracaná no es invento ni
superstición de los charrúas. El arquero Barbosa nunca salió de allí; el
misticismo que guarda este lugar es tan fascinante como la historia de un
pueblo que juzgó a once jugadores como verdaderos criminales por perder una
final de fútbol. Encontré esta historia en Scribd, subida por LKbrera1972, el 18 de abril de
2011.
LA HISTORIA DE BARBOSA
Y EL FANTASMA
DEL MARACANÁ
Puede
usted creerme o no. Pero los estadios están llenos de fantasmas, me consta.
Detrás de sus muros y entre sus túneles, se esconden leyendas de futbolistas y
aficionados. Que en aquellos rincones encontraron muerte o alegría. Al morir y
con el alma en pena; algunos regresan al lugar en vida donde fueron más
felices. Pero los otros, están condenados a vivir ahí para siempre; justo en el
rincón de su desgracia.
La
historia que vamos a relatar es auténtica, poco tiene de ficción y mucho de
nostalgia. Porque finalmente los espíritus son eso, melancolía
ambulatoria. Algo había escuchado, pero no tenía certeza del hecho, ni tampoco
quería averiguarlo. Resultaba
escalofriante incluso imaginarlo. Hace año y medio durante alguna larga espera
de aeropuerto, me animé a preguntarle a un periodista brasileño si "La Leyenda
de Barbosa" era cierta o solo mera superstición. Con los ojos
desorbitados y el semblante desencajado, el
periodista asumió absoluto anonimato y me hizo prometerle que jamás revelaría
su nombre por razones de seguridad.
La Confederación
Brasileña de Fútbol prohibió en forma rotunda, difundir, investigar o relatar,
cualquier cosa que tuviera que ver con el fantasma que habita en el Maracaná.
Incluso existió el inexplicable rumor,
de un grupo de reporteros que entraron al túnel de jardinería del monstruoso
estadio y jamás salieron.
Durante casi tres horas
de relato, el periodista me confesaba nervioso, que directivos de la
Confederación Brasileña escondían entre su archivo muerto, el video confiscado de
un aficionado que logró captar la figura del fantasma de Maracaná, cuando
jaloneaba la camiseta de un delantero uruguayo que enfilaba solo rumbo al marco
de Brasil, durante un partido eliminatorio del Mundial. Enzo Francescoli,
también uruguayo, declaró una tarde al salir de los vestuarios del estadio, que pasaban cosas muy raras en Maracaná
cada vez que los charrúas visitaban el santuario: en el medio campo corre un
viento frío y las luces del vestuario se apagan solas. Los jugadores de la
celeste caen al suelo sin que nadie los toque. El balón desvía su trayectoria
increíblemente en los tiros libres y en la banca se oyen gritos. Los
uruguayos juran que el Maracaná está encantado. La última vez que Uruguay
venció a Brasil en aquel lugar, fue hace más de cincuenta años, el día del
"Maracanazo", la tragedia más grande en la historia del fútbol
brasileño.
Sucedió
una tarde de julio en 1950. Brasil, virtual campeón de su propio campeonato,
salió al campo con la Copa Jules Rimet bajo el brazo.
Tan solo un empate frente a Uruguay, bastaba al antiguo "Scratch
du’oro" para ganar su primer título mundial. El estadio más grande del
mundo se apoderó de las almas y gargantas de casi doscientas mil personas en
sus tribunas para ver la final de la Copa del Mundo del 50. El gigante
brasileño rugía tan fuerte, que su voz podía escucharse hasta Montevideo. La Selección Uruguaya de fútbol, arrinconada
en su vestidor, debatía minutos antes del partido la decisión de salir al campo
a jugar la final o entregar el partido a Brasil por default.
Pero Obdulio Varela,
capitán y antiguo cacique de garra, junto con los delanteros Gighia, Schiaffino
y el portero Roque Máspoli sacaron a sus compañeros de la oscuridad y la
humedad del túnel poniente encaminándolos al campo santo brasileño. El partido arrancó con Brasil cantando y
bailando sobre el área rival. Milagrosamente antes de la primera hora de juego,
apenas Friaca había marcado el uno a cero. Pero la verdad es que debieron ser
por lo menos cuatro. Aquel estadio era la bestia más grande que el mundo
del fútbol haya conocido jamás, imposible salir vivo de ahí. La humedad nublaba
la vista, el ruido no dejaba escuchar nada, sus ojos perseguían la pelota por
todo el campo y su medio millón de manos
acariciaban un título que jamás les perteneció.
Con Brasil metido en la
portería brasileña, Obdulio, el negro jefe, destruyó una pelota que cayó en los
pies veloces de Schiaffino y ante el
monstruo de doscientas mil cabezas empató el partido al minuto 66. A partir de ese momento, el terror se
apoderó de Río. La gente enmudeció, Maracaná empezaba a convertirse en el
velorio más grande del mundo. La tragedia se consumó a once minutos del
final con la Jules Rimet vestida de verde y amarillo. Schiaffino escapó por el centro y soltó la pelota para Alcides Gighia,
que iba empeñando almas por la banda derecha. Gighia entró al área y miró
fijamente a los ojos de Barbosa. El portero brasileño, que vestía un suéter de
estambre negro, levantó las manos intimidando al extremo uruguayo y achicó el
ángulo a primer palo. En ese momento Gighia, que era el hombre más
solitario del campo debía decidirse entre centrar la pelota o definir con
fuerza entre el poste y el portero.
Barbosa,
Jules Rimet y doscientas mil personas, sabían que Alcides no tendría opción. Tiraría
el centro para Schiaffino que estaba marcado por 3 brasileños, de otra forma
sería imposible marcar. Pero Barbosa el
portero de Brasil en el 50, dio un paso al frente para cortar el supuesto
centro antes de tiempo y dejó abierto el primer palo. En menos de un segundo la
pelota ya estaba entre las redes matando a Barbosa y asesinando al Maracaná
completo. Uruguay ganó la Final de la Copa del Mundo de 1950 dos goles por
uno en el corazón de Brasil.
Al
terminar el partido, los brasileños escaparon por las puertas del estadio
disfrazados de mujeres y de civiles. Mientras Uruguay se llevó el trofeo a
Montevideo envuelto en papel periódico. Barbosa se quedó sentado en la portería norte del Maracaná, abrazando
entre lágrimas el primer palo. Nunca volvió a salir del estadio, incluso llegó
a encarar juicios penales por traición a la patria y fue declarada persona
nongrata por la afición brasileña. Jamás se casó, fue abandonado por su
novia y condenado por la sociedad a vivir en la ignominia y la soledad
absoluta.
Pasó el tiempo y la Confederación
Brasileña, apiadándose de su pobreza, le ofreció el puesto de guardacampo en
Maracaná. Durante años, el viejo portero vivió en una covacha arrumbada
tras el túnel de jardinería del estadio. Por
las noches salía de su oscuridad y recreaba la jugada de Gighia, lamentándose
del momento en que dejó descubierto el marco. Se cubría de la lluvia y el
frío con el antiguo suéter de estambre negro, que uso aquella tarde del 16 de
julio del 50. Y casi siempre, amanecía abrazado al primer palo de la portería
norte del estadio. La última vez que le
vieron fue durante la eliminatoria para el Mundial de Italia 90. Sentado tras
la portería norte de Brasil, rescató un balón del túnel en pleno partido y lo
regresó al campo. Taffarel portero brasileño, suplicó al árbitro central que no
reanudara el juego con el mismo balón, temiendo que después de tocarlo Barbosa,
también estuviera maldito.
Paulo
Barbosa murió años más tarde. Pocos saben cómo y dónde. Pero la leyenda dice
que encontraron el suéter de estambre negro, amarrado al primer palo de la
portería norte del Maracaná y el cuerpo jamás fue descubierto.
Desde entonces en aquel estadio, pasan cosas raras como un balón que se detiene
en el aire y no cruza la línea de meta o un árbitro que sintió como le
arrancaban el silbato de la boca antes de pitar un penal en contra de Brasil. La Confederación Brasileña de fútbol no
olvida el día en que se apagaron misteriosamente las luces del estadio al
minuto 89 de un clásico Flamenco vs Fluminense y desaparecieron las redes de
ambas porterías. Ricardo Texeira, presidente de la CBF, presentó una
propuesta para demoler el estadio y construir uno nuevo, pero días después el
césped del estadio sobre la portería norte empezó a secarse, debido a una
extraña plaga que hasta el momento no se ha podido detener.
Nadie
se atreve a entrar al túnel poniente donde dicen, sigue habitando Barbosa
portero del Maracanazo. Sus puertas han sido tapiadas con ladrillo y por las
noches, se escuchan las cadenas de su celda arrastrando por las tribunas.
Puede usted creer en esta historia o simplemente dejarla pasar como una
anécdota más del día de muertos. Pero
los brasileños, pueblo fanático y devoto religioso, piensan que la leyenda de
Barbosa es cierta y que su espíritu existe en el Maracaná, formando parte de la
magia y misticismo del fútbol en Brasil.
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