Cuando se habla del clásico español dos imágenes saltan a la mente: en
la primera aparecen dos figuras disparejas en una llanura, y al fondo se ven
molinos de viento. Y en la segunda, dos escudos sobre un fondo verde. Sabemos
que la obra de Cervantes fue durante mucho tiempo el máximo símbolo de la
hispanidad, sin embargo, España ha hecho de su fútbol otro motivo para ser
mundialmente conocida y reconocida. Cada vez que el Madrid y el Barça
se encuentran garantizan un espectáculo deportivo que logra sentar frente a la
televisión a más de 500 millones de personas. Pero, además de la
exhibición de los mejores futbolistas del mundo y de los millones de euros que
genera, el Clásico materializa los aciertos y los desaciertos de ambos lados.
El que piensa que el
único problema del Madrid es su nuevo entrenador es tan ingenuo como el que
piensa que el Barça es Messi. El Clásico del 21 de noviembre, Jornada 12
de la Liga BBVA, en la capital española, inauguró la era post Casillas-Xavi. El
partido puso cara a cara a un Barcelona que se llevó lo que más pudo la
temporada pasada, y que cuenta con el tridente más efectivo del mundo; contra
un Madrid que se quedó con el mal sabor de la semifinal de la Liga de
Campeones, que hoy tiene nuevo director técnico y a un delantero que acaba de
coronarse máximo goleador de la historia del club. Este Clásico, al contrario
de lo que muchos pensaban, no fue el duelo Ronaldo–Messi, de hecho, podemos
hablar del partido sin mencionarlos. Quiero decir que el encuentro dejó ver de
qué están hechos estos dos equipos, sin poses ni marcas ni nombres y cómo
empezarán el 2016. El Clásico, si se quiere, funciona como un detector
de mentiras o como una radiografía. No se puede esconder nada. Eres o
no eres. No hay término medio.
Parecía que Luis
Enrique empezó el ataque mucho antes de que sus jugadores pisaran el césped. En
los 90 minutos, el Barcelona nunca miró hacia atrás. Con efectividad y claridad
desarmó al Real Madrid desde los primeros minutos. Rafa Benítez apostó por un
11 inicial que dejó demasiado hueco en la cancha. Casemiro, Carvajal e Isco,
no. James, sí. Y Bale en la media punta. “Hago la alineación tratando de
gestionar de la mejor manera posible el grupo que tengo”, explicó. Los planes
de apretar, atacar y recuperar balones arriba se quedaron en palabras. Y una
vez más, se le cruzó la tarde-noche al Real Madrid, a pesar de que tiene
una de las plantillas más costosas del mundo.
La única seguridad
que tuvo el Santiago Bernabéu fue el despliegue de 2500 policías que lo
custodiaron por la alerta ante los ataques terroristas en Francia. Keylor Navas
llegó como el portero menos goleado de la Liga Española, pero su racha acabó al
11’. Luis Suárez, el gran ausente de las Eliminatorias Sudamericanas, abrió la
cuenta. La muralla de Varane, Danilo, Marcelo y Ramos se vino abajo con una
jugada rápida que advirtió de la desafinación de los blancos. Hasta el segundo
gol, ya sabíamos de la efectividad de Sergi Roberto y Rakitic, mientras que
Cristiano empezaba a perder la cabeza y a propinar codazos, digamos, que por la
presión del tiempo. El imparable Neymar burló a la muralla blanca demostrando por
qué el tridente sudaca es el mejor del mundo.Marcelo tuvo la oportunidad de
sacar de cabeza lo que pudo ser el tercer gol, pero el Madrid estaba
sentenciado. James se acomodó y levantó a los madridistas con un disparo al
arco que no pudo vencer a Claudio Bravo. El chileno también hizo su baile y
hasta llegó a parar un balón de CR7 con la mejilla y muchas cosas más. Demasiado
Barça para muy poco Madrid.
Los catalanes le
cortaron la cabeza al dueño de casa pocos minutos después de que empezara el
segundo tiempo. Para balancear un poco las cosas y para que los goles no solo
tuvieran sabor latino, Iniesta le quemó las manos a Keylor Navas y puso al
escudo blaugrana en lo más alto. El hombre que le dio el Mundial a España
aprovechó un hueco en la defensa y arrancó los aplausos del Bernabéu. Iniesta se chupó el
dedo, Cristiano sacó sus mejores muecas y aunque Benzema encontró una posición
para marcar, el imbatible Bravo no perdonó. “Cuando nosotros tenemos el día,
salen estos partidos. Salió increíble”, comentó. En lo que va de la
temporada, los vikingos registran un promedio de 505 pases acertados; en el
Clásico llegó a 354 y tuvo una posesión del 41.3%, cuando el promedio de los 15
partidos anteriores fue de 56,9%. Hay algo que Sergio Ramos le ha enseñado
al madridismo y es muy importante para afrontar partidos como este: esperar
hasta el último minuto, luego celebrar o caer abatido. Pero con tres goles
a los 53’ y con un Barça arrollador, no habría remate que lo reviviera. Dos
minutos después, digamos que como reacción inmediata de Benítez, salió James y
entró Isco. Más tarde, Marcelo por Dani Carvajal. Luis Enrique también hizo
ajustes y para que el mundo viera que, al contrario del Madrid, sí tiene banca:
Mathieu fue el primer cambio en el 27’, Messi llegaría en el 56’ y Munir en el
77’. El Madrid con M de mucho ruido y pocas nueces.
Suárez es de esos
futbolistas que cumplen promesas dentro y fuera de la cancha; a su familia y a
sus seguidores. El charrúa tiene un pasado de esos que se cuentan como una
historia motivadora, inspiradora para otros deportistas porque salió de la
pobreza, del alcoholismo y cruzó el océano para casarse con su novia de la
adolescencia. Dejó el Liverpool para encontrar a Messi y Neymar, y ser parte de
otro tridente culé al que le sobran adjetivos. Para el cuarto y
último gol del encuentro, la muralla le vio la espalda al 9. Navas, de mano al
suelo, no encontró ese balón y Suárez se arrodilló con los brazos extendidos
como “el puto amo”. Culés dueños absolutos del Clásico y como si fuera
poco roja directa para Isco en el 84’, por patear a Neymar sin balón de por
medio. Descontrol y mala actitud para que quede claro que el Real Madrid
aún no aprende a perder.
Para el madridismo no
hay consuelo que valga. Aunque muchos hinchas deciden esconder lo que pasó
(esta y otras goleadas) bajo el discurso caduco de las diez Copas de Europa y
las 32 Ligas, el mundo sabe que el Barça fue superior y que se merece el
aplauso de todos. La hinchada reclama la dimisión de Florentino Pérez
diciéndole: “Queremos títulos, no dinero” y la salida de Benítez, que por
cierto es el décimo entrenador de la era Florentino. Danilo,
que fue lo más dañino de la defensa, y Cristiano, que hace pocos días estrenó
su película Ronaldo, escucharon pitos de la hinchada, gesto que ya
es característico de los graderíos blancos. Marcelo y Ramos
enfrentaron a prensa y pidieron disculpas a la hinchada. Y Luis Enrique, que
seguramente hoy es el hombre más feliz del mundo, dijo: “Es el eterno rival. La
rivalidad está ahí. Pero además la victoria sabe bien por la manera en la que
lo hemos conseguido”.
Seguramente, hoy
muchos madridistas, no solo españoles, querrán recuperar al Quijote como el
verdadero Clásico español, al menos hasta que las aguas se calmen, quizá hasta
este miércoles que regresa la Liga de Campeones.
Este artículo fue publicado en la revista digital La Barra
Espaciadora, en noviembre de 2015.
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